miércoles, 26 de enero de 2011

BOCATA CALAMARES

A Ayna P.T.
Que sí, buenas gentes... Que uno ha vuelto y, además, con hambre. Bueno, con hambre y con sed, que don Mariano (Rajoy, por supuestísimo), está empeñado en que España tiene sed de urnas. Pues qué bien, ¿no? De momento, lejos de la Villa y Corte, la pesadilla es la del bocata calamares. ¿Quién inventó tal manjar? Me alegro de hacer a mí mismo tal pregunta. O sea, que al modo socrático-rubalcabiano, inquiérome a mí mismo, ¿permite el bocata de calamares su esferificación? ¿Esfera o nitrogenación a lo bestia?. Lo cierto es que un bocata de calamares y una jarra de cerveza tipo voll-damm no sólo calman el hambre y la sed, sino que son, todavía, lujos al alcance de casi todos los bolsillos.

Vayamos al pan. De trigo, de los de toda la vida, tipo baguette, con corteza color oro pálido y miga esponjosa. En su interior, pese a quien pese, por supuesto, una buena frotada de maduro tomate abierto. Tras ello, unas gotas de aceite de oliva virgen (¡carallo, parezco Arguiñano recomendando las glorias oleicas patrias!) y una pizquita de sal. Nada que ver con la ortodoxia practicada en el Foro, pero ya se sabe que Madrid es no sólo el mejor puerto pesquero peninsular, sino el rompeolas de las Españas, y mucho más ahora, en tiempos fusionadores y globalizadores. Ciertamente, resulta un toque catalán, lo que podría ponernos en el punto de mira de los antiautonomistas aznarianos. Pues que les den...

Ahora vienen las rodajas del cefalópodo. No conviene preguntar demasiado sobre su procedencia marina. Eso sí, es imprescindible que no se haya roto la cadena del frío (los congelados hay que mantenerlos a -18º) y que los calamares se descongelen, en la parte inferior del frigorífico, durante la jornada anterior. ¿Cómo rebozarlos? Los clásico lo hacen en harina y levadura química. Heterodoxos como el menda, optan por el suave toque de las frituras andaluzas. O sea, que seguimos en lo de la fusión federalista. Al toque catalán, el toque andaluz, ¡casi ná!.

Ningún sitio como en Madrid, bien en su Plaza Mayor, bien en los aledaños de la Estación de Atocha, para darse un barato homenaje, acodado en una barra con solera, aunque con su atmósfera libre de humos tabaquiles. Cerveza a modo (en la capital del Reino, por lo general, la saben tirar de maravilla), el bocata calamares caliente y uno, un poner, se siente en la cima del mundo o, en su defecto, cual consorte de algún futurible soberano. Y citando, aunque sin hacerlo por su nombre, a la ex vecina de Valdebernardo... ¿A que resulta jodido estar en expectativa de destino y bajo el diario escrutinio de Jaime Peñafiel? Y, encima, la pobriña que no puede decir lo que yo: ¡carretera y manta!.

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